LA INTIMIDAD ES TU UNICO TEMPLO
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LA INTIMIDAD ES TU UNICO TEMPLO
Carmelo Urso
entiempopresente4@gmail.com
http://carmelourso.wordpress.com/
Desde niño me gustan las iglesias –sin importar su filiación religiosa. En todas aún percibo un Misterio que anhelo descifrar. En cada una, creo descubrir una arista distinta del rostro de Dios.
Me cautivan sus fachadas, sus estructuras –la barroca belleza de unas, la austera simetría de otras. Gusto estudiar los ritos que se practican en ellas; ponderar en qué difieren y se asemejan los credos de cada grey.
Crecí en una zona en donde los templos abundan. Prosperan en ella tres sinagogas, una mezquita (la más alta de América Latina), un centro hare-krsna y santuarios que abarcan las más diversas denominaciones de la Cristiandad. Si sumamos el creciente número de centros místicos sin filiación religiosa, la oferta espiritual de mi urbe resulta en extremo variada.
Sin salir de mi lar caraqueño, he escuchado cantar el nombre del Padre-Madre en italiano, griego, armenio, hebreo, árabe, portugués, japonés, chino, inglés, sánscrito y, por supuesto, español, la lengua de mi país.
Llámenme turista espiritual, pero en el silencio de cada uno de esos santuarios he sentido la presencia de Dios.
Lo sentí en la iglesia en que me bautizaron, tomé mi primera comunión, me casé y bauticé a mis hijos –Nuestra Señora de Pompei, santuario de la comunidad ítalo-católica de Venezuela; en un salón del edificio Siclar –en plena Avenida Libertador- donde tiene su mínima sede la Primera Iglesia del Cristo Científico; en esos sabatinos salones de hotel en los que suelen congregarse los discípulos y sucesores de la Maestra Conny Méndez; en una pequeña sinagoga ortodoxa, escondida en una serena transversal de la Urbanización Las Palmas, donde un rabino ataviado de traje y sombrero negro atendió mi inusual ruego y me dejó entrar…
Cada templo me revela un inédito y fascinante aspecto de la Deidad; en cada sagrario inexplorado, el Uno se me manifiesta con nuevas galas y matices.
Así que procuro visitarlos todos… ¡en especial cuando no hay nadie en ellos! Porque –paradójicamente- es al estar vacíos cuando más llenos parecen de Dios… ¡es cuando más fácil resulta intimar con la Deidad!
Llenos de personas y bullicio, algunos de esos templos parecen perder su Misterio: se concita la gente para hablar de Dios –en lugar de experimentarlo; para corear limitadas creencias sobre el Uno (su sexo, su fisonomía, su “verdadero nombre”, sus modos más radicales de castigar)… y así, cada creencia se convierte en falso substituto de la fe; en algunos de sus sermones abundan vagas abstracciones, tediosas teologías, duras reprimendas morales, ácida chismografía dominical y hasta arengas políticas.
Pocas veces, semejante escenario permite develar el fin último de la Vida espiritual: la intimidad con Dios… ¡la plena vivencia de la Deidad!
Pues Su intimidad se siente –no se piensa; se experimenta libremente –no se impone; une –no segrega; redime –no culpa; sana –no hiere; corrige –no castiga; perdona –no condena; aclara la mente –no esparce brumas en ella; da Paz –no angustia; es vivo Éxtasis –no frígida teoría.
En el silencio de los orantes que precede a la misa he sentido más a menudo a Dios que en la propia misa; es fácil saber por qué: porque el Padre-Madre de Todo lo Creado ha edificado su sutil morada en nuestro interior, en nuestra silenciosa Alma… ¡no en el lujo de basílicas o mezquitas, dorados altares, enmarañadas mitologías! Nuestra intimidad es el verdadero templo del Uno… ¡y Su intimidad no halla mejor santuario que nuestro corazón!
El templo externo es útil en la medida que nos facilita el ingreso a nuestro templo interno; es un medio –jamás un fin; no olvidemos eso al asistir a la iglesia, ashram, aula de rebirthing, escuela de reiki o de meditación: los ladrillos con los que están edificados nunca son más sagrados que nuestra íntima camaradería con el Diestro Arquitecto del Universo.
Cuando entendí que mi intimidad era Su único templo, ¡todo el planeta se me volvió un templo! Escucho la Voz de Su Silencio en la montaña, en la playa, en la pista de trote, en las desiertas calles de un domingo soleado.
Experimento Su Paz al paladear un lento martini a la orilla de la piscina, en la sala de conciertos al escuchar las Variaciones Golberg de Juan Sebastián Bach, al navegar en el mar o viajar en avión, al recibir un amoroso masaje, al experimentar el clímax del orgasmo (y al dar o recibir las caricias que lo preceden), al contemplar los fuegos artificiales que tachonan el cielo de Caracas en la noche de Año Nuevo… e, incluso, en el instante en que me siento en el retrete, leo un libro y doy continuidad al sagrado ciclo del Eterno Retorno…
Tanto en mi ciudad natal como cuando viajo, sigo frecuentando los templos y sagrarios que encuentro a mi paso…
Pero desde lo más profundo de mi Corazón –y con absoluta certeza- sé que en mi intimidad, en el grato y calmo silencio de mi fuero interno (ajeno a restricciones de tiempo y espacio; más allá de creencias o ideologías) se halla Su único y más sagrado templo… ¡Su eterno y más legítimo hogar!
entiempopresente4@gmail.com
http://carmelourso.wordpress.com/
Desde niño me gustan las iglesias –sin importar su filiación religiosa. En todas aún percibo un Misterio que anhelo descifrar. En cada una, creo descubrir una arista distinta del rostro de Dios.
Me cautivan sus fachadas, sus estructuras –la barroca belleza de unas, la austera simetría de otras. Gusto estudiar los ritos que se practican en ellas; ponderar en qué difieren y se asemejan los credos de cada grey.
Crecí en una zona en donde los templos abundan. Prosperan en ella tres sinagogas, una mezquita (la más alta de América Latina), un centro hare-krsna y santuarios que abarcan las más diversas denominaciones de la Cristiandad. Si sumamos el creciente número de centros místicos sin filiación religiosa, la oferta espiritual de mi urbe resulta en extremo variada.
Sin salir de mi lar caraqueño, he escuchado cantar el nombre del Padre-Madre en italiano, griego, armenio, hebreo, árabe, portugués, japonés, chino, inglés, sánscrito y, por supuesto, español, la lengua de mi país.
Llámenme turista espiritual, pero en el silencio de cada uno de esos santuarios he sentido la presencia de Dios.
Lo sentí en la iglesia en que me bautizaron, tomé mi primera comunión, me casé y bauticé a mis hijos –Nuestra Señora de Pompei, santuario de la comunidad ítalo-católica de Venezuela; en un salón del edificio Siclar –en plena Avenida Libertador- donde tiene su mínima sede la Primera Iglesia del Cristo Científico; en esos sabatinos salones de hotel en los que suelen congregarse los discípulos y sucesores de la Maestra Conny Méndez; en una pequeña sinagoga ortodoxa, escondida en una serena transversal de la Urbanización Las Palmas, donde un rabino ataviado de traje y sombrero negro atendió mi inusual ruego y me dejó entrar…
Cada templo me revela un inédito y fascinante aspecto de la Deidad; en cada sagrario inexplorado, el Uno se me manifiesta con nuevas galas y matices.
Así que procuro visitarlos todos… ¡en especial cuando no hay nadie en ellos! Porque –paradójicamente- es al estar vacíos cuando más llenos parecen de Dios… ¡es cuando más fácil resulta intimar con la Deidad!
Llenos de personas y bullicio, algunos de esos templos parecen perder su Misterio: se concita la gente para hablar de Dios –en lugar de experimentarlo; para corear limitadas creencias sobre el Uno (su sexo, su fisonomía, su “verdadero nombre”, sus modos más radicales de castigar)… y así, cada creencia se convierte en falso substituto de la fe; en algunos de sus sermones abundan vagas abstracciones, tediosas teologías, duras reprimendas morales, ácida chismografía dominical y hasta arengas políticas.
Pocas veces, semejante escenario permite develar el fin último de la Vida espiritual: la intimidad con Dios… ¡la plena vivencia de la Deidad!
Pues Su intimidad se siente –no se piensa; se experimenta libremente –no se impone; une –no segrega; redime –no culpa; sana –no hiere; corrige –no castiga; perdona –no condena; aclara la mente –no esparce brumas en ella; da Paz –no angustia; es vivo Éxtasis –no frígida teoría.
En el silencio de los orantes que precede a la misa he sentido más a menudo a Dios que en la propia misa; es fácil saber por qué: porque el Padre-Madre de Todo lo Creado ha edificado su sutil morada en nuestro interior, en nuestra silenciosa Alma… ¡no en el lujo de basílicas o mezquitas, dorados altares, enmarañadas mitologías! Nuestra intimidad es el verdadero templo del Uno… ¡y Su intimidad no halla mejor santuario que nuestro corazón!
El templo externo es útil en la medida que nos facilita el ingreso a nuestro templo interno; es un medio –jamás un fin; no olvidemos eso al asistir a la iglesia, ashram, aula de rebirthing, escuela de reiki o de meditación: los ladrillos con los que están edificados nunca son más sagrados que nuestra íntima camaradería con el Diestro Arquitecto del Universo.
Cuando entendí que mi intimidad era Su único templo, ¡todo el planeta se me volvió un templo! Escucho la Voz de Su Silencio en la montaña, en la playa, en la pista de trote, en las desiertas calles de un domingo soleado.
Experimento Su Paz al paladear un lento martini a la orilla de la piscina, en la sala de conciertos al escuchar las Variaciones Golberg de Juan Sebastián Bach, al navegar en el mar o viajar en avión, al recibir un amoroso masaje, al experimentar el clímax del orgasmo (y al dar o recibir las caricias que lo preceden), al contemplar los fuegos artificiales que tachonan el cielo de Caracas en la noche de Año Nuevo… e, incluso, en el instante en que me siento en el retrete, leo un libro y doy continuidad al sagrado ciclo del Eterno Retorno…
Tanto en mi ciudad natal como cuando viajo, sigo frecuentando los templos y sagrarios que encuentro a mi paso…
Pero desde lo más profundo de mi Corazón –y con absoluta certeza- sé que en mi intimidad, en el grato y calmo silencio de mi fuero interno (ajeno a restricciones de tiempo y espacio; más allá de creencias o ideologías) se halla Su único y más sagrado templo… ¡Su eterno y más legítimo hogar!
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